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Entró a la arena política pateando puertas. No disimuló las expresiones que para otros estarían refrenadas en el subconsciente. No le importó ser calificado de misógino, racista, fascista ni otros adjetivos adicionales. Y así el excapitán de Ejército Jair Messias Bolsonaro recibió el apoyo de decenas de millones de votantes, de 57,8 millones para ser más exactos. Ahora es presidente de una de las 10 primeras potencias mundiales.
Es más, el efecto de que la segunda potencia continental vire hacia un régimen de derecha radical resulta acrecentado por el entorno. En años y meses recientes, políticos más o menos afines a Bolsonaro han tomado el poder en cuatro países sudamericanos. Chile, Argentina, Colombia y Paraguay se hallan hoy presididos por empresarios y políticos de esa tendencia. Mientras tanto sólo una Venezuela, lacerada por su peor crisis histórica, y Bolivia son gobernadas por regímenes identificados con el socialismo del siglo XXI.
Hace menos de un lustro, el escenario resultaba marcadamente distinto. Era tan distinto que los encuentros festivos entre caudillos izquierdistas, entre abrazos y sonrisas, se hicieron hábito, ya sea en Buenos Aires, Rosario, Sao Paulo, Asunción y hasta en el Chapare boliviano. Aquel recuerdo, aún fresco, suena a otra era frente al cambio que parece haber llegado como por desencanto más que como viraje ideológico. Y así lo entiende más de un analista.
“Es una suerte de rebelión ‘antisistémica’; es decir, ‘todos fuera porque no nos representan’, ya conocido entre nosotros en los años 2000, y que benefició a las ‘izquierdas’ —explica el politólogo Jorge Lazarte—. Pero esta vez la base de la rebelión es la corrupción de ‘todos’. Y lo que se quiere es ‘barrer’ con todos. El caso del Brasil ha revelado las profundas pulsiones antidemocráticas. La izquierda fracasó en el Gobierno y es generadora de ingobernabilidad desde ‘arriba’”.
UN GIRO ELECTORAL
Castigo, decepción, resentimiento, despecho y una larga lista de definiciones han sumado las evaluaciones de los medios internacionales. Las masas optaron por el rechazo antes que por la militancia y el giro llegó a cada país con sus respectivos matices. “Antes que un ciclo político, ideológico o una fluctuación de las estructuras continentales, es un cambio de tendencias electorales más o menos selectiva —dice el analista Roger Cortez—. El ejemplo para entender esto es Brasil. Allí, el ascenso de este personaje lo veíamos hace ya varios años. Se trata de una reacción profunda frente a un partido que se presentó bajo una tradición de izquierda. El electorado se manifestó contra la corrupción, contra la distorsión de su discurso ético, fundamentalmente, pero no sólo del Partido de los Trabajadores (PT). Allá hay una reacción contra el conjunto de los profesionales políticos que han quedado devastados”.
El giro llegó también con impacto, a la Argentina en 2015, con la victoria electoral de Mauricio Macri. Mientras que en Chile y Colombia la derechización resultó relativamente más armoniosa pues comparten una tradición institucional en los respectivos sistemas políticos. Sebastián Piñera fue reelegido, en el primer caso, y Iván Duque surgió como joven revelación del partido Centro Democrático frente a unas siempre frustradas fuerzas de izquierda. Algo similar pasó con Mario Abdo Benitez en Paraguay, figura del tradicional Partido Colorado.
Cortez añade una causal, común en ciertos países, que potencia este cambio marcado por los electores: “No veo elementos para hablar de una mutación ideológica de gran calado, sino en los países donde, después de una situación económica crítica, la izquierda pudo disfrutar de una década de grandes ingresos y los derrochó. Claro, si se dieran elecciones libres en Venezuela y Nicaragua, veríamos cómo son expulsados esos tipos de regímenes tan similares al boliviano. Mientras que Bolivia está evolucionando, por lo menos, en términos de putrefacción sistémica”.
BOLSONARO Y PIÑERA
Así, en los tableros las fichas empezaron a reordenarse aceleradamente. Lo hicieron incluso antes de la victoria de Bolsonaro y, ahora, antes de su asunción al poder. Los nuevos regímenes frenaron desde proyectos hasta instituciones concebidas o potenciadas en tiempos de los Gobiernos autodenominados “socialistas”. La Unión de Países Sudamericanos (Unasur), creada en tiempos de Lula Da Silva y Hugo Chávez, no logró siquiera estrenar su sede. Un edificio que costó 50 millones de dólares funge hoy en Cochabamba como salón de festividades sociales.
Eso, antes de Bolsonaro. En días recientes, los asesores del Presidente electo de Brasil adelantaron que posiblemente la potencia sudamericana se retire del Mercosur, el mayor pacto comercial del Cono Sur. El anuncio recibió guiños de aprobación desde el Chile de Piñera. Ambos políticos son partidarios de los pactos bilaterales. “Admiro a Sebastián Piñera”, ha declarado recurrentemente Bolsonaro, quien en próximos días visitará Santiago. Mientras que Macri ha culpado al pacto de ser “causante de la acentuación de la pobreza continental”.
Diversos expertos en relaciones internacionales, entre ellos el argentino Pablo Seman y el estadounidense Michael Shifter, han adelantado que políticas de pactos bilaterales marcarán un acercamiento de varios países hacia EEUU. “Estados Unidos está tomando posesión de lo que ha perdido en América Latina, en un contexto de lucha global con China por recursos naturales, mercados y apoyo político”, señaló Seman a la agencia AFP. Con el presidente Donald Trump en la Casa Blanca, “los hombres fuertes tienen ventaja” en la política exterior de Estados Unidos, dijo Shifter.
Así, el giro político sudamericano suma sacudones y previsiones en diversos frentes. Las evaluaciones hablan, por ejemplo, sobre lo que un eje Bolsonaro y Donald Trump podría decidir en relación a la Venezuela de Nicolás Maduro. Y lo que genera una preocupación abrumadora constituyen las coincidencias de Bolsonaro y Trump en relación al medioambiente planetario.
“Bolsonaro es un peligro para la humanidad por su amenaza de seguir los pasos de Trump respecto al acuerdo climático global —resume Cortez—. Su anuncio de que piensa acelerar los procesos de agresión a la Amazonía, de concretarse, repercutirá en el planeta”.
EL NUEVO VECINO
Y el nuevo tiempo asoma con particulares nubarrones sobre un país en especial. Su Gobierno no tiene relaciones con el chileno y suma crecientes y diversas diferencias con el argentino. Ahora espera que el político brasileño más amenazante en al menos cinco décadas jure a la Presidencia. ¿Qué puede pasar en Bolivia en tiempos de Bolsonaro y un entorno mayoritario de regímenes marcadamente antagónicos al de Evo Morales?
“Bolivia parece ser la excepción, en este panorama de ‘rederechización’ —explica Lazarte—. Pero ya están presentes los ingredientes de una crisis del ‘modelo’ para dejar de ser la excepción y probablemente no tardará en estallar, tanto por el prorroguismo como porque los nuevos Gobiernos ya no serán tan ‘hermanos’ con el gas”.
En la relación bilateral, la agenda Bolivia-Brasil aguarda con temas explosivos: un nuevo acuerdo para las exportaciones de gas, el principal negocio boliviano; la imparable expansión del narcotráfico, problemas medioambientales y megaproyectos de infraestructura.
“Hay al menos tres flancos que desde Brasil tendrán un duro seguimiento sobre el Gobierno de Evo Morales —señala Cortez—: el haber ampliado la superficie de cocales, hace unos meses, fue calificado en Brasil como un gesto inamistoso y es probable que el régimen de Bolsonaro incremente la presión haciéndole acusaciones de estar vinculado con bandas delincuenciales. Otro aspecto será el aumento de la depredación amazónica y sus efectos sobre los glaciares bolivianos. En tercer lugar, grandes proyectos, como el tren bioceánico, entran en una fase de congelamiento y pregunta. También se abre la interrogante sobre la construcción de la represa del Chepete, cuyo costo duplicaría la deuda externa boliviana, y la intención del régimen de Morales de exportar electricidad a Brasil”.
Jair Messias Bolsonaro jurará a la presidencia el 1 de enero de 2019 para absolver las interrogantes.
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