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En 1928, el prestigio del magnate estadounidense Henry Ford como líder industrial era universal, y no sólo por ser uno de los hombres más ricos del mundo.
Su nombre evocaba la promesa de una deslumbrante revolución tecnológica a la manera que mucho más tarde lo harían personajes como Steve Jobs.
A los 39 años había fundado la Ford Motor Company, que se convertiría en una de las compañías más grandes y rentables del mundo.
Había patrocinado el desarrollo de la técnica de producción en cadena que le ayudó a fabricar en masa el primer automóvil que la clase media podía pagar, y a transformar los carros en un medio de transporte práctico que tendría un profundo impacto en el futuro.
Tras todos esos logros, a los 65 años de edad, estaba listo para darle el banderazo de partida oficial a un proyecto faraónico que plasmaría su nombre y sembraría sus ideas en una tierra salvaje: la fundación de una ciudad estilo estadounidense en el estado brasileño de Pará.
En el Amazonas
En ese momento, la selva brasileña había dejado de ser lo que fue desde 1879 hasta 1912, cuando controlaba el comercio de caucho en una época en la que ese oro gomoso gobernaba el mundo.
Las industrias de América del Norte y Europa eran insaciables, y los árboles Hevea brasiliensis, originarios de la cuenca del Amazonas, crecían silvestres en la selva tropical guardando en sus troncos un látex lechoso que producía el caucho de más alta calidad del planeta.
Pero el explorador Henry Wickham logró llevarse miles de semillas del preciado árbol, con las que eventualmente se pudo hacer lo que nunca se había logrado en la selva amazónica: tener una plantación de Hevea brasiliensis.
El comercio del caucho pasó a manos del que todavía era el Imperio británico.
Para 1928, la región del Amazonas -que en el pasado producía el 95% del caucho del mundo- satisfacía apenas el 2,3% de la demanda global.
La noticia de que Henry Ford llegaba a reactivar la maltrecha economía y presentar una nueva forma de vida no podía ser más bienvenida por los residentes del norte de Brasil.
El nuevo imperio contra los antiguos
Por su parte, el magnate estadounidense había tramado su plan con la intención de producir su propia fuente de caucho, necesario para fabricar neumáticos y piezas de automóviles como válvulas, mangueras y juntas.
En la década de 1920, la Ford Motor Company controlaba prácticamente todas las materias primas que utilizaba para hacer los autos, desde el vidrio hasta la madera y el hierro.
Pero el caucho estaba controlado por los europeos que los producían en sus colonias, y a él no le caía en gracia que fueran ellos los que fijaban los precios.
Es por eso que hace 90 años, dos buques mercantiles cargados con equipamiento y mobiliario navegaron por el río Tapajós, que era la única vía de acceso para llegar a los 110.000 kilómetros cuadrados en los que, poco después de que atracaran, se fundaría Fordlandia.
La visión de Ford
Sin embargo, Ford no era sólo un hábil hombre de negocios; era también famoso por sus ideas.
Por un lado, era uno de los más destacados antisemitas de su época, y lo dejaba claro por medio de su periódico y otros escritos, así como en sus reglas respecto a los judíos que trabajaban en su dominio.
Por otro lado, se le atribuye algo conocido como el “fordismo”, que es descrito como la producción en masa de bienes económicos junto con altos salarios para los trabajadores.
Efectivamente, en 1914 -por ejemplo- había proclamado que todos los trabajadores de Ford recibirían un salario diario de US$5, el equivalente de US$126 de hoy, doblando el salario mínimo de entonces.
Para él, las empresas, por su propio bien, debían asegurarse de que sus empleados pudieran pagar los productos que producían, para impulsar el consumo. Si bien el pago de salarios más altos podía reducir las ganancias temporalmente, a largo plazo ganarían más y la economía sería más sostenible.
Ford estaba convencido de que los valores que habían hecho que su compañía fuera un éxito mejorarían el carácter de las poblaciones en cualquier otro lugar del planeta.
Plantando su ideal
El plan para Fordlandia era detallado.
Ford había crecido en una granja y, como a muchos, la nostalgia le hacía creer que no había nada mejor que los pueblos del medio oeste de Estados Unidos.
Una vez se pudo construir, con diseño de cuadrícula, fueron apareciendo caminos de concreto iluminados por lámparas, casas prefabricadas en Michigan y organizadas en un barrio llamado Villa Americana para los estadounidenses -con agua corriente-, y otro para los nativos.
Además, una piscina comunitaria, hospitales, escuelas, generadores, un aserradero, una torre de agua, así como tiendas, restaurantes, y hasta un salón de entretenimiento, en el que se presentaban películas de Hollywood y se organizaban danzas.
Y por supuesto, una fábrica de caucho.
Forma y contenido
Pero las aspiraciones para Fordlandia abarcaban mucho más.
Desencantado con la sociedad burda que había emergido de ese capitalismo industrial que él mismo había ayudado a crear, Ford soñaba con construir un lugar acorde con sus ideales.
Si bien a los trabajadores les ofrecía un buen sueldo, además de vivienda, salud y educación gratuita, tenían que ceñirse a lo que el dueño consideraba “valores estadounidenses“.
Eso significaba desde horarios de trabajo de 9 a 5, como en Detroit, a pesar de que el calor en el Amazonas imponía otros ritmos, hasta edictos de comportamiento, que incluían una dieta estricta y la prohibición de bebidas alcohólicas.
Con los pasatiempos, se hacía énfasis en la jardinería, el golf y quien quisiera bailar, lo podía hacer, siempre y cuando fueran bailes country de cuartetos.
Ese trasplante cultural causó varios de los problemas que aquejaron a Fordlandia durante los 17 años que fue de Ford.
Épica aventura, épico fracaso
La batalla fue cuesta arriba en varios frentes.
Hubo frecuentes sublevaciones de los trabajadores, incluida una en diciembre de 1930 en la que el personal directivo tuvo que escapar en barco y apelar al dueño de la línea aérea Pan Am para que llevara en uno de sus aviones personal militar brasileño al área.
Los administradores estadounidenses, por su parte, tampoco resultaron ser ideales: sus pocos conocimientos de todo lo que les rodeaba -particularmente de agricultura- los llevaban a cometer graves errores.
En los primeros dos años, la ciudad tuvo numerosos gerentes. Algunos no pudieron adaptarse a las condiciones en el Amazonas y sufrieron crisis nerviosas. Hubo uno que se ahogó en el río en medio de una tormenta y otro que se fue después de que tres de sus hijos murieran de fiebres tropicales.
La selva también reclamó víctimas entre los trabajadores brasileños que llegaron a realizar el sueño del magnate estadounidense.
Y las plantaciones sufrieron el mismo destino que las que muchos otros habían intentado crear en esas tierras.
El clima que hacía florecer los árboles también favorecía las plagas y enfermedades que habían evolucionado con el árbol durante milenios. La plantación en campos monocultivos los hacía más susceptibles a la infestación.
Aunque la producción fue mejor en otra plantación llamada belterra, para lo que más sirvió el territorio de Ford en Brasil fue para alojar militares estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1945, los estadounidenses finalmente empacaron y se fueron a casa, dejando atrás a los fantasmas.
Aunque nunca puso un pie en Fordlandia, Ford invirtió casi dos décadas y una fortuna en su sueño amazónico.
Quiso domar el capitalismo industrial y el inconquistable Amazonas pero sobrestimó su fuerza.
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