Lucia Berlin: retrato de familia



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Le faltaba el aire y su enfermedad la había vuelto tímida. No le gustaba que los demás sintieran lástima por ella. Por entonces Lucia Berlin parecía demasiado enferma, pero aun así mantenía su lado social: recibía visitas en la puerta del jardín, con el tubo de oxígeno tras de sí, e invitaba a sentarse en la mesa de la cocina.

Era comienzos del 2000 y la escritora estadounidense, fenómeno literario del último tiempo, había regresado a California. Lucia Berlin estaba de vuelta en el estado donde vivió los años 70 y 80, donde hizo todo tipo de trabajos: profesora de escritura creativa en la cárcel, ama de llaves, asistente de un médico, maestra de escuela y operadora de tele-mercado.

Enferma de cáncer al pulmón, sus primeros meses de regreso en California los pasó en una pequeña casa, en la parte trasera del terreno de su hijo Dan, por aproximadamente un año, y luego se mudó a un apartamento en Marina del Rey, en Los Ángeles. Fue ahí donde Lucia Berlin murió, el 12 de noviembre del 2004, el mismo día de su cumpleaños número 68.

“En general era feliz”, dice Jeff Berlin, el segundo de los cuatro hijos de la escritora, “aunque el cáncer la tenía débil, por lo que no escribió mucho en esos últimos días”.

Jeff Berlin ha estado a cargo de lo que fue el último proyecto literario de su madre: Welcome Home, una serie de bocetos autobiográficos desde el nacimiento de Lucia en Alaska, 1936, pasando por su primera infancia en las ciudades mineras del oeste estadounidense, donde su padre era ingeniero, hasta los años que pasó en Texas con su abuelo materno, un dentista, antes de que su familia se mudara a Chile después de la Segunda Guerra Mundial. Welcome Home es una de las dos novedades de Lucia Berlin que se publican en el mundo literario anglo: la otra, Una noche en el paraíso, es una nueva antología de cuentos que llega al español por Alfaguara (traducción de Eugenia Vázquez Nacarino).

Una noche en el paraíso se puede leer como la secuela de Manual para mujeres de la limpieza, el libro que trajo la vida y obra de Lucia Berlin a los lectores del mundo, un bestseller en Estados Unidos y nombrado por el diario El País de España como el mejor libro del 2016.

“Todo comenzó con una excelente crítica en The New York Times. Mucha gente la leyó y empezó a correr la voz. El resto, como se dice, ya es historia. Parece ser aún más famosa en España y en América Latina, lo que para mí es un misterio”, comenta Jeff Berlin, quien vive en California, donde trabaja como diseñador gráfico.

Pero la conexión entre Lucia Berlin y el mundo hispano y latino sí tiene sustento. Uno literario y autobiográfico: la autora vivió en Chile durante varios años, así como más tarde en diversas partes de México. Pero puede que en Santiago haya tenido sus años formativos y sentimentales. Fue ahí donde cursó la educación media, en el Santiago College, y tuvo una vida de riqueza y privilegio, una que se puede rastrear en sus cuentos sobre fiestas en embajadas, la tensión social previa a la reforma agraria, los clubes de yates, los almuerzos en el hotel Crillón, las onces en El Golf y los veraneos en Viña del Mar.

“Mi madre mencionaba a Chile a menudo”, dice Jeff Berlin, “pero en verdad mis recuerdos más vívidos provienen de los cuentos que escribió sobre su tiempo en Chile”.

De los 21 relatos incluidos en Una noche en el paraíso, el que más profundiza sobre sus experiencias en Chile es Andado: un romance gótico. En este, ambientado en 1949, una chica adolescente es invitada por un amigo de su padre a pasar un fin de semana en el campo. Tal como Berlin, la narradora vive una vida acomodada; su madre se refugia en la botella y las pastillas; y su padre se la pasa en recepciones de embajadas y con empresarios. Ninguno de los dos conecta realmente con la sociedad chilena. Ni siquiera hablan en español. No así la narradora, quien usa palabras y chilenismos como metete, pololeo y medio pelo.

De vuelta a casa

A comienzos de los 90 Sergio Waisman estudiaba una maestría en escritura creativa en la Universidad de Colorado. Dice que tuvo suerte, porque justo en su segundo año Lucia Berlin fue contratada. Y así, la autora incluso se convertiría en su profesora guía. Tal como ella, Waisman es bilingüe. Actualmente, de hecho, es el traductor de Ricardo Piglia al inglés, además de profesor en la Universidad George Washington.

“Hablábamos de vez en cuando en español, comparábamos acentos y coloquialismos, el tipo de expresiones que solo un extranjero (o un traductor, o un viajero) puede notar”, recuerda. “Las experiencias de Lucia Berlín en América del Sur, y la forma en que estas experiencias (y también sus lecturas de escritores latinoamericanos) entraban en sus historias y su estilo, fue lo que la hizo perfecta como profesora y mentora”.

En esos años Berlin tenía poca lectoría. Pero iba en alza. Había publicado tres libros de cuentos con la editorial Black Sparrow, la misma que contaba con autores como Charles Bukowski y Paul Bowles en su catálogo. Y en 1991 había ganado el American Book Award.

“Bueno, tres matrimonios, cuatro hijos y un severo alcoholismo. Esos fueron los principales obstáculos de su carrera literaria”, dice Jeff Berlin.

El primer relato publicado de Berlin fue a los 24 años, en The Noble Savage, la revista literaria de Saul Bellow. Luego de eso se dedicó más a la vida literaria que a la literatura: vivió en Nueva York, fue amiga de poetas y beats, se casó con un escultor y también con dos jazzistas, crió cuatro hijos y luchó con el alcoholismo. “Mi infancia fue una locura, pero una locura feliz, la recuerdo con alegría, por lo menos hasta que el alcoholismo de mi madre se salió de control”, dice Jeff Berlin. “Entonces simplemente se convirtió en una locura sin la parte alegre”, agrega.

Si bien escribió durante casi toda su vida, Lucia Berlin no fue tan consistente en cuanto a crear una carrera literaria. Pese a que en un momento tuvo un contrato con una editorial grande, por una novela que todavía no había terminado. Pero la narradora prefirió no hacerlo. “Nada me ha golpeado tan fuerte, moralmente”, le escribió a un amigo, y de ese modo abandonó la novela.

Berlin seguiría solo con cuentos largos y breves. Publicaría algunos de estos en editoriales independientes y luego, durante los 90, en Black Sparrow. Su nombre se mantendría en los márgenes. Por lo menos hasta su segunda vida literaria, aquella que llegó con Manual para mujeres de la limpieza, libro traducido a más de 14 idiomas. Un escenario que incluso en su mejor momento, como profesora universitaria y autora publicada, parecía irreal.

“Mi madre continuó escribiendo durante su adultez, pero no estaba realmente enfocada en ser publicada. Probablemente se sentía frustrada por eso. Y solo una vez que comenzó a escribir de nuevo, a principios de los 70, se mostró más seria al respecto”, dice Jeff. “Le gustaba que la publicaran y amaba enseñar, pero como autora seguía en los márgenes”.

Sergio Waisman, en tanto, la recuerda como una profesora cercana. “Caminaba por el campus con su tanque de oxígeno”, dice. “Lucia siempre tenía tiempo para mí y para los otros estudiantes. La veíamos en el taller de la universidad, pero también organizaba una especie de reunión semanal en la casa donde vivía”.

En Welcome Home (aún sin traducción al español), Berlin recorre su vida. Desde Alaska, pasando por Texas y Chile, la universidad en Nuevo México, sus años en Nueva York, romances y amantes varios, hasta terminar con sus viajes por México con sus hijos Jeff y Mark, además del padre adoptivo de estos, Buddy, jazzista y adicto a la heroína. En Welcome Home Lucia Berlin solo le dedica una viñeta narrativa a Chile. Lleva por título la dirección donde vivió (Hernando de Aguirre 1419), en Providencia. Son años que evoca con una mezcla de felicidad e ingenuidad. Lucia Berlin escribe acerca de los bailoteos, algunos profesores del Santiago College, la avenida Las Lilas, la iglesia El Bosque, los días de nieve en Portillo y se detiene en una clase de literatura que la marcó:

“Leímos Don Quijote por dos años, discutíamos los capítulos todos los días. Un día me tocó leer en voz alta un pasaje donde uno de los personajes de Cervantes, en un manicomio, asegura que puede hacer que llueva cada vez que le apetezca. En ese momento entendí que los escritores tienen el poder de hacer lo que quieran”.



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